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Enrique Viana: ‘En mis tiempos, la parte actoral era casi nula o patética’

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Enrique Viana es un todo terreno en el mundo de la lírica. Creo que ha hecho de todo menos barrer el escenario. Además, es un cantante que actúa, dirige, escribe, diseña… Vamos, un hombre-orquesta. El último proyecto presentado en Madrid ha sido “Enseñanza libre y La Gatita blanca” o “Venga «usté» a pasar la tarde”, despropósito lírico en un acto en el Teatro de la Zarzuela, un divertimento espectacular que ha hecho las delicias de los que la han visto. Aprovechando la ocasión, le hemos hecho la siguiente entrevista…

¿Cómo fueron tus inicios en el teatro lírico?
Fueron fáciles y adolescentes como espectador y como
viene siendo habitual, difíciles y diré adultos como
cantante- porque veinticuatro años es una edad adulta sin duda -.
Siempre escuché ópera y zarzuela para consolarme un
poco de lo que veía y entonces se vivía y no me
gustaba…Yo soy fruto de un empeño y de una
cabezonada, por una afección en las cuerdas, a los veintidós años
me quedé sin voz y me dijeron los otorrinos que no podría
cantar –apenas se me escuchaba al hablar- yo me empeñé
en estudiar el mecanismo de la voz y lo apliqué con ayuda
de un profesor de técnica…en fin, caí en una trampa. Y
cuando me di cuenta ya estaba cantando las arias mas
complicadas del XIX.

¿Has realizado otras facetas además de la interpretación?
He dirigido, escrito muchos guiones, diseñado
vestuario…

¿Tu trayectoria en el teatro y la ópera lo has
compatibilizado con otros trabajos?
No. Ha sido suficiente, a no ser que contabilices como
trabajo leer mucho y estudiar bastante…

¿Qué balance haces sobre tu larga trayectoria?
No se me ocurriría a estas alturas de mi vida hacer
un balance, nunca he estado satisfecho con lo que he
hecho. Las grandes satisfacciones que son siempre
pequeños momentos han sido aquellas risas “sonoras” y
sonrisas mudas que te dicen que has sido capaz de hacer
feliz a alguien en ese instante y de manera razonada. Eso
pesaría algo en la balanza, pero por fortuna es efímero.

¿Qué diferencia hay para ti del teatro lírico que se hacía en
tus principios al que se hace hoy en día?
Muchísima, hoy se hace o por lo menos se intenta hacer
teatro lírico, con el sustantivo subrayado. En mis tiempos
se salía por la derecha, por la izquierda o por el fondo, se
colocaba uno en posición y se cantaba en la batería… La
parte actoral era prácticamente nula o patética. La música
“vocal” era la gran protagonista y el instrumento del canto
el dueño absoluto, ni siquiera se daba media importancia
al mensaje (aunque muchas veces más valía que fuese así)
y se cantaba sobre las notas sin pensar en el texto y en lo
que tu podrías pensar o aportar… Bueno, de eso ni se
hablaba.
Ahora hay directores de escena que saben lo que se traen
entre manos y trazan a veces caminos muy interesantes
para aportar al espectáculo ingredientes que a mí me
parecen muy sugestivos -evidentemente no todos-…

¿Cómo surgen las ideas de los proyectos que pones en
marcha personalmente?
Paseando y pensando, eventualmente entre mis muchas
horas de insomnio vienen ideas irrealizables que la luz del
día viste de posibilidad. Luego trabajo y trabajo, deshecho
y ordeno, recorto y añado… Al final si logro tener una
visión un poco global de que vale la pena, lo cuento y me
arriesgo…. Nunca estoy convencido, nunca está a punto.
Un buen día un bolígrafo o una tecla dice: “Se acabó o lo
presentas o lo tiras”. Tengo muchas ideas descartadas y/o
arrinconadas como los diccionarios de latín.

¿Cambia tu planteamiento de trabajo cuando los proyectos
te llegan como propuestas de otros productores o
teatros?
Totalmente. Yo soy muy dócil y muy dúctil en ese sentido
y entonces trabajo a petición, siempre digo “Por metros y
por colores”. Se hará como quiere. Cuando la cosa es
demasiado alejada de lo que puedo ofrecer entonces digo
(de verdad). “Lo siento, pero esto no te lo voy a hacer bien…
es preferible que busques a otro.”

¿Ha sido importante tener unos colaboradores habituales
en los equipos artísticos y técnicos en las producciones
que has protagonizado?
Si, simplemente porque ese mecanismo que te hace
conocer a alguien más cuanto más tiempo lo tratas, te
ahorra en cierta medida el esfuerzo que debes-
inexorablemente- hacer para conocer a quien llega nuevo a
tu vida. Pero me gusta no ahorrarme ese esfuerzo…

¿En qué proyectos has participado durante el último año?. Háblanos del estreno reciente en el Teatro de la Zarzuela. ¿Cómo surgió?
Me gusta y me intriga y me parece un hito en la historia la
invención de un teatro a la medida del tiempo, pensando
en el que las personas tienen para disponer de él, ese es el
“género chico”, la imagen de vestirse para ir a cenar y una
hora u hora y diez ir al teatro antes o después me parece
una imagen amable e ilusionante. Esa es para mí la imagen
de los paseos vespertinos por la Calle de Alcalá en donde
se asentaba la Catedral del Género Chico, El teatro de
Apolo. Oí muchos relatos en boca de mis abuelos y de mis
tíos de aquellos momentos en aquel Madrid.
Luego busqué dos obras no conocidas que tuviesen una
música cuando menos atractiva y si era posible buena. Eso
se mezcló con mi admiración desde pequeño por los
preludios e intermedios del Maestro Jiménez e indagando
encontré las dos obras que se representan en el teatro de la
Zarzuela. Le presenté el proyecto a Paolo Pinamonti, se lo
vendí convencido de lo que iba a hacer con él y lo
aceptó inmediatamente. Entonces propuse el equipo que lo
ha hecho posible, desde Daniel Bianco como escenógrafo
hasta Nuria Castejón como coreógrafa.


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