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Juan Antonio Molina “Solo te haces grande cuanto más grandes hagas a los demás”

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Juan Antonio Molina es actor y es productor de teatro. Y es noticia por estrenar, como actor y productor, Milagro en casa de los López de Mihura que estará en la terraza del Teatro Galileo de la capital hasta el 29 de agosto, la única obra de teatro que se programa al aire libre dentro de los Veranos de la Villa de Madrid.

¿Por qué producir un Mihura?

Hay que conectar con el público para llenar las 400 butacas del teatro. Pensé, vamos a hacer una obra que sea viable económicamente. Es un proyecto que llevo preparando durante dos años. Además, esta obra llevaba mucho tiempo sin representarse. El arranque ha sido estupendo. Llevamos tres días en Madrid desde el estreno [antes se hizo un preestreno en Aranjuez] y el público está respondiendo. El público no ha cambiado tanto con el tiempo.

¿No hay ahora buenos autores de comedia que se tiene que recurrir a Mihura, Jardiel, etc.?

Me niego a pensar que no tengamos dramaturgos y actores a nivel de Broadway o Hollywood. Estos lugares nos tienen obnubilados. Tenemos muy buenos autores de comedia como Carlos Atanes, Emilio Williams, Nacho del Valle [que tiene un papel en Milagro en casa…] o Paco Bezerra, que va a estrenar en Alemania. Por supuesto, Galcerán. Se estrena más a los muertos porque ya tienen un recorrido, y los que pagan una entrada son personas que conocen bien a estos autores.

Hablemos del público, de la gente que paga por una entrada.

Ojalá recuperásemos un diez por ciento de la gente que va al fútbol. En los años sesenta la gente hacía cola para entrar en los teatros. Hay que pensar menos en lo que le gusta a los compañeros y más en el público. ¿Qué puede decir el teatro a la sociedad para que la gente vuelva al teatro? Mi guerra es atraer al público. Hay que conseguir su complicidad. Mucha gente va al teatro y se aburre. Aburrirte es lo peor que puede ocurrirte en el teatro. Los actores hemos perdido hoy la conexión con el público. Nos hemos encerrado en nosotros mismos. Debemos poner los pies en la tierra. La significación política ha influido en esa desconexión. La intelectualidad no está solo en la izquierda. Tenemos que luchar con las herramientas del actor para reírnos del poder. Con criterios artísticos de calidad. Hay que sacar la mierda de todos los lados. El actor ha sido el azote del poder en general, de la izquierda y la derecha. Nuestra herramienta es hacerlo con arte y no de forma evidente o burda porque si no, desconectas con la mitad de la población que no comparte tu voto. Los sentimientos del público son muy respetables. Hay que respetar al público que le gusta lo que a ti no te gusta. Hay que recuperar el teatro que moviliza conciencias sin que te enteres. La comedia es una herramienta para hacerlo. Y el público tiene derecho al pataleo.

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En el Teatro Real se patalea cuando no gusta la ópera ¿por qué no pasa esto en otros teatros?

Porque el público paga mucho por ir a la ópera, pero si pagas poco te da igual. Cada vez hay más microteatro y menos teatro de gran aforo. En Madrid cada vez se hace teatro más pequeño y más barato porque no hay medios. No hay industria. Hay que crearla. Si no hay industria, la gente de teatro no come. Nos volveremos amateurs o nos convertiremos en una delicatesen. Faltan productores. Hay muy pocos y se piensan mucho los proyectos. Tampoco se hacen grandes escenografías o de calidad, como la de Milagro en casa de los López, porque son caras. Por tanto, no hay producciones para llenar grandes teatros y terminan por cerrar, como el Teatro Arenal. Me da pena cuando paso delante del teatro Arenal y veo que lo han convertido en un gimnasio. Con las subvenciones nos han usado como imagen. Cuando se han acabado, al no haber industria, nos han dejado en la calle. No nos han enseñado a ganarnos la vida. Además, las giras han muerto. Como no hay caché, no se gira. Todo se queda en manos de pequeñas compañías locales y amateurs. Antes, en Madrid, se creaba con grandes actores, y luego se giraban las producciones. Madrid debería ser un referente del teatro en español, donde al menos los visitantes españoles y sudamericanos deberían considerar una cita obligada acudir al teatro cuando visitasen la ciudad, como cuando van a Nueva York, Londres o París donde incluso no dominan el idioma.

¿Cómo puede ayudar la crítica teatral?

Hay que potenciar a la crítica. Antes era más potente. Quiero que me critiquen, pero con cariño, porque si no se hace, terminamos creando una opinión pública complaciente y apática. No se puede ser tan complaciente. Ahí está el ejemplo de lo que consigue Marcos Ordóñez, que es un referente.

¿Es la primera obra que has producido?

No, no es la primera. Pero sí en la que más he pensado en el público. He producido Extremities de William Mastrosimone. Cuando la representábamos en la sala Triángulo [el actual Teatro del Barrio] los vecinos llamaban a la policía porque creían que había una violación real y la policía se presentaba para parar la obra hasta que se daban cuenta de que era teatro. También he llevado la producción de El divorcio de Figaro de Ödön Von Horváth, que me gustaría reponer con Alfonso Lara, que es un excelente actor, y porque tiene un texto más que bueno, imprescindible. Y Camisa de Fuerza de Nacho del Valle. Y ahora voy a dar cobertura legal con mi productora a La Balsa de la Medusa para que pueda pasar de la Pensión de la Pulgas al Fernán Gómez. Me gusta colaborar con mis compañeros en lo que puedo.

Siendo el productor no te has dado el papel protagonista, es muy generoso por tu parte.

Al valorar el proyecto pensamos que era mejor elegir actores más populares y maestros de la comedia. Además Nuria González y Carlos Chamarro, que la protagonizan, son unos actores increibles y muy buena gente, algo que pesa mucho para el director, Manuel Gancedo, y para mi. Lo mismo ocurre todo el elenco: Ana Mayo, Elisa Lledó, Nacho del Valle y Chema Trujillo.

¿Qué ventajas tiene para un actor hacerse productor?

Como actor me resulta más fácil acceder a actores y conseguir su compromiso con el proyecto. Se implican por ti, porque eres un compañero. El poder de hacer teatro lo tenemos nosotros. También es más fácil de gestionar: al ser compañero sabes lo que quieres para ti como actor y es lo mismo que quieres para ellos.

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¿Cuál es tu trayectoria profesional?

Estudié Derecho. Pero llevo trabajando en esto treinta y cinco años. Provengo del teatro semiprofesional de Jaén. Con el grupo Teatro Arena representábamos en los pueblos a Genet, Ionesco, Arrabal, junto con teatro más comercial. En 1999 tenía que decidir entre seguir trabajando en un banco o ser actor. Me llamaron a Madrid para hacer una prueba para La Celestina que protagonizaba Nati Mistral, dirigida por Joaquín Vida. Me cogieron y dejé el banco ese mismo día. Luego he hecho cine y televisión. También he sido ayudante de dirección pero todavía no me encuentro preparado para dirigir una obra. Siempre digo que tengo la misma profesión que Javier Bardem, Laurence Olivier o José Luis López Vázquez. Pero algunos somos curas de pueblo y otros son obispos. Pero todos curas.

¿Te ha servido el haber estudiado Derecho?

El Derecho me sirve para no asustarme con el papeleo aunque en las próximas semanas me voy a volver loco haciendo sumas de IVA. El famoso IVA. Nos meten un IVA como si fuéramos un lujo. Mientras al fútbol se le permite endeudarse y se les dan enormes espacios en televisión.

¿Qué le dirías a un actor joven?

El teatro no es relumbrón, alfombras, photocall. No es tan glamuroso como parece. Lleva mucha parte de oficio, que no es lo mismo, y es más trabajoso. Esta carrera es para morirse en el escenario. Es vocacional. Es como un sacerdocio. Los actores deben amar la cultura y observar la calle. Debemos amar y mimar el lenguaje. Una herramienta fundamental es el lenguaje. No puede haber actores que pongan faltas de ortografía.

¿Nada más?

Me preocupa que las nuevas generaciones hayan perdido sus referentes profesionales. Hay que obtener la energía de los referentes que todavía están vivos. Debes dejarte seducir por tus mayores. Ser actor es un trabajo de generosidad de lo que se recibe del de al lado. Te enriqueces con lo que te da el otro. Lo bonito son los lazos que se crean con los otros. Solo te haces grande cuanto más grandes hagas a los demás.

¿Y en cuanto a la formación?

Me gusta formarme en las escuelas. Acudo a cursos una vez al año, pero donde se aprende realmente es en el teatro. El movimiento se demuestra y se aprende andando. Trabajar, trabajar, trabajar. Hay que reivindicar el oficio. Hay que volver a la artesanía. Yo me he curtido en el camino, lo que hace que respete mucho el trabajo de todos los profesionales cuando vas a grandes teatros con muchos medios y soportes. Debería volverse al meritoriaje en el teatro. A mi me gustaría poder tener becarios y pagarlos como se pagan a los becarios en otras empresas. Ahora mismo tengo una becaria en producción, Eva Ruiz, que acaba de terminar producción, durante los meses de verano. La hija de una compañera con la que empecé en Jaén y a la que vi nacer. Es como cerrar un círculo.

¿Por qué te apuntaste a la UA nada más llegar a Madrid?

Era el único sitio en el que sentía que pertenecía a un colectivo. Donde encontré un foro. Donde sentirme unido con la profesión. No puede ser que la gente no se afilie por los treinta euros que cuesta y te los gastes en copas. No es lo mismo ser unos pocos que muchos. La UA debería aprender de los sindicatos norteamericanos y británicos. Hacerse más fuerte y parecerse a los Colegios Profesionales para poder presionar y hacer que las condiciones pactadas se cumplan. Un sindicato fuerte que pueda hablar en nombre de los actores. Tener una voz que se oiga. Si no será una selva. Los actores necesitamos ayudarnos. Somos muy individualistas y personalistas, pero debemos colaborar y compartir más. Nos hace falta más unión a todos.

¿Algo más?

Hace falta un Estatuto del Actor. Esto requiere que la sociedad se enamore de nuevo de la profesión del actor y la considere un bien inmaterial imprescindible en nuestros tiempos. Para ello tiene que haber voluntad y sensibilidad política.


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