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Festival Iberoamericano de Cádiz, 30 años de creación y mestizaje

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En la recién pasada edición del Festival Iberoamericano de Cádiz, cumplió el certamen 30 años; goza de buena salud. El FIT de Cádiz es junto con Mérida y Almagro una de las tres actividades teatrales españolas internacionales con más repercusión en el exterior. Se puede (o se debe) decir que los gaditanos lo consiguen con un presupuesto muchísimo más escaso que los otros dos festivales antes citados. Debería tenerse en cuenta que aunque las autoridades y muchas figuras del devenir de la escena española no lo vean, o no miren para allá, Cádiz es tal vez el que tiene más “fans” en el exterior, más gente que sabe de su existencia, que le importa y lo sigue. Hablo, aparte de la mucha gente de España que muestra su simpatía y comprende su importancia, de los teatreros y estudiosos de los veintitantos países de la comunidad iberoamericana que incluye también teatreros de Portugal y de Estados Unidos. Para la gente de teatro de estos países es un acontecimiento relevante; saben de él como un espacio de encuentro, convivencia y reflexión donde los grupos muestran sus trabajos y los someten a la consideración de propios y extraños, y de allí sacan enseñanzas.

En la variedad está el gusto. En sus primeros 30 años de vida, 15 en el siglo pasado y 15 en este, han pasado por los distintos escenarios y espacios no habituales de la ciudad ochocientas cuatro obras de autores tan diversos como Enrique Buenaventura, Julio Cortázar, Vargas Llosa, Juan Margallo, Santiago García, Arístides Vargas, Cervantes, Juan Mayorga, Peter Weiss, García Lorca, Sanchís Sinisterra, Alfred Jarry, Bertolt Brecht, García Márquez, Eusebio Calonge, Sófocles, Molière, Miguel Ángel Asturias, Enrique Vargas, Fernando Fernán Gómez, Franca Rame, Samuel Beckett, Julio Verne, Paloma Pedrero, Miguel Torres, Shakespeare, Franz Kafka, Ernesto Sábato, Heiner Müller, Miguel Rubio, Maritza Núñez, Antonio Onetti, Daniel Veronese, Claudio Tolcachir… Y la lista podría continuar. Pero no quiero dejar de destacar que un porcentaje muy elevado de las dramaturgias han sido creadas al interior de los grupos. Merecerían capítulo aparte por lo que tienen de nacimiento, de riesgo, de invención, pero por motivos de espacio no podremos abordar el tema en este artículo.

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En la tesitura autoral veamos cómo se configuró la programación de este año, en el que asistieron grupos de diez países:

De dramaturgia propia: Las ideas de Federico León y El loco y la camisa de Nelson Valente de Argentina; Mar de Arístides Vargas de Bolivia/Ecuador; Algernón. La angustia del conocimiento de Moisés Angulo y Nicolás Fernandois de Chile; El sistema solar de Mariana de Althaus de Perú; No daré hijos, daré versos de Marianella Morena de Uruguay y Juanita calamidad de Antonio Álamo y El grito en el cielo de Eusebio Calonge, de España

De creación colectiva: La imaginación del futuro de la Re-Sentida de Chile; Cuando todos pensaban que habíamos desaparecido de Vaca 35 de México; y Edipo de la Compañía do Chapitó de Portugal.

Versiones de textos universales: Othelo versionado por Gabriel Chamé de Argentina a partir de la obra de Shakespeare; El burgués gentilhombre de Molière en versión de Liuba Cid, de Cuba y Marat Sade de Peter Weiss en versión de Ricardo Iniesta de España.

En el apartado de danza: Libertino de Marcos Vargas y Chloé Brûlé; Ánimo animal de Barbirusa Danza y Cuando yo era… de Eva Yerbabuena, de España.

Pasados treinta años no puedo evitar la tentación de ver qué y quiénes se han quedado en el camino y qué cosas se conservan. Es meritorio que éste festival conserve sus señas de identidad casi intactas, los rasgos diferenciales que lo hicieron y lo hacen necesario y singular. Se apuesta por una programación mestiza en la que teatro es poesía, palabra, cuerpo, fiesta, belleza, la calle, el compromiso ético, etc. Pero lo impagable es, sobre todo, que posibilita el encuentro, el dialogo y el contraste de los trabajos y las ideas en aras de la calidad, atentos a los vaivenes de las sociedades, a sus latidos.

Varias generaciones de gaditanos y de actores han sido testigos, han crecido con el FIT. En su maleta llevan emociones y sensaciones, recuerdos y vivencias recogidas en este viaje que ya dura 30 años, tantos que ya son parte de la historia reciente de la ciudad; la energía de los cómicos está en sus calles y en sus teatros; el eco de su risa y de los aplausos, la silueta de las cabriolas, sus músicas, sus trajes, etc.

Por mi parte, mientras escribo este artículo, muchos amigos y maestros hoy desaparecidos vienen a mi mente y no lo puedo evitar, y los extraño y los lamento. Pero me sana el privilegio alegre de haberlos conocido, de haber visto sus obras, disfrutado sus sonrisas y saboreado sus palabras. Los vinos que agotamos. Estoy seguro de que en mi andar teatral alumbran el camino.

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Trataré de ser breve, Omar Grasso, Argentino/Uruguayo del Teatro Circular y de El Galpón, también dirigía en el CAT de Andalucía, gay elegante de sonrisa amplia y ojos claros, El Director. Francisco “Pacho” Martínez, actor fundador de La Candelaria, hizo de su teatro un artificio de ética y estética a favor de los pobres, no solo de Colombia sino del mundo; así entendía él este planeta, le parecía que lo injusto era feo. Juan Sánchez, primer director de La Zaranda, los últimos meses refugiado en la poesía y la soledad constante como penúltimas estaciones antes del descanso infinito; este mundo y su arte no fueron capaces de ganarse su respeto. A Eduardo Galeano lo recuerdo en el bar del festival en silencio maravillado viendo tanto cómico cerca y, como dijo esa noche, cediéndonos “la palabra y el gesto”. Enrique Buenaventura, el maestro, mi paisano, me enseñó a mirar y considerar, a actuar, a escribir, inclusive a protestar. Y así muchos más: Javier Leoni, teatrero extremeño y exuberante; Pepe Enríquez, chileno de Madrid que se le escapó a Pinochet y se dedicó a defender desde el periodismo el teatro con enjundia; Livia Koppmann, la leona argentina de melena roja que con su interpretación de Olimpia reclamaba desde el escenario los derechos de las mujeres o Athaualpa del Cioppo, el anciano maravilloso, uruguayo, el primero que partió, sobrevivió a exilios y dictaduras gracias al amor al teatro y a su confianza tenaz en el ser humano; lo tengo grabado en el disco duro, que alegría, casi podría dibujar una a una las arrugas de su rostro.

En esta fiesta del mestizaje que es el FIT han habido vacas gordas (ma non troppo) y vacas flacas. Importante destacar el aporte de los hombres de teatro que en estos 30 años se han puesto al timón del festival: el primero fue Juan Margallo, lo creó y lo acompañó hasta que la criatura se había convertido en un adolescente fuerte y sonriente. Luego José Sanchís Sinisterra, su paso fue raudo y veloz pero su impronta, en ese momento, vital. Y ahora, desde 1994 Pepe Bable, que lo ha traído hasta la sana madurez actual con buen gusto y valentía, sin dudarlo ante las crisis, siempre con un toque de humanidad y calidez que le honran; imprescindible, porque lo ha defendido día a día, incluso cuando las autoridades culturales en España y en América Latina cambian de color y los vientos soplan en otras direcciones. Se ha rodeado, Bable, de un equipo de gaditanos que con el pasar de los años resuelve más y mejor. A destacar, la simpatía y el don de gentes con que gestionan el festival. Siempre nos ha parecido que, junto con ellos, de la historia del FIT lo mejor: la gente, esos cientos de actores, directores, técnicos, teóricos, bailarines, críticos, libreros, etc, que han trabajado allí: las mujeres y hombres que lo hemos hecho posible.

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De Cádiz este año y antes de que se acabe el papel este cronista destacaría trabajos brillantes como Edipo de Chapitó, Libertino de M. Vargas y Ch. Brûlé o El grito en el cielo de La Zaranda de Jerez. Funciones que ustedes podrán disfrutar en Madrid y otras capitales y sacar sus propias conclusiones. No se las pierdan. También Mar del Teatro de los Andes, No daré hijos, daré versos del Teatro la Morena y de México Cuando todos pensaban que habíamos desaparecido serán funciones que recordaré durante mucho tiempo. No pude ver todas las funciones, seguramente entre las que no vi habrían espectáculos de calidad.

Destacable también por importante y merecido el Homenaje a los 40 años de trabajo ininterrumpido del CELCIT (Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral), un ejemplo. De igual manera: el Cruce de criterios, espacio para el pensamiento teórico y la investigación del quehacer teatral y el XIX Encuentro de Mujeres de Iberoamérica en las Artes Escénicas.

En 1986 asistí al primer FIT, una alegría, lo que me gustaba estaba allí: el rigor y la locura, el compromiso y el humor, el amor y los proyectos… Y el mar. Un año después de ese festival, supe que de una pareja que se había conocido allí había nacido un niño en Montevideo, ahora debe rondar los 30, era el hijo de una actriz del Teatro Circular y un actor chileno de Los payasos de la esperanza. No sé si hace teatro. Ni siquiera sé si tiene trabajo.


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