Si en el artículo previo sobre el Festival de Otoño a Primavera de Madrid nos despedíamos de Ariel Goldenberg, el anterior director artístico, este comienza saludando al nuevo equipo. Un equipo que se ha dirigido a lo que localmente es más nuevo y a algunos de sus templos (Teatro Pradillo y Teatro del Barrio), sin descuidar traer eso tan nuevo a los centros más clásicos como son los Teatros Canal y el Teatro de la Abadia. Se podría decir que el festival ha tomado un sesgo de avant-garde.
Pues a la última está Janet Novás y su one woman show, mejor dicho, su one woman dance show, pues eso es lo que es “Si pudiera hablar de esto no haría esto”. Un espectáculo de pequeño formato, fácil de llevar de un lado a otro que a pesar de no necesitar una gran producción tiene detrás un gran micro mecenazgo institucional y múltiples apoyos sin los que no hubieran sido posibles. Obra que muestra cómo en la luminosidad y claridad del estudio, el ensayo, la repetición, el cansancio del cuerpo y el contar es donde se encuentra el espectáculo frente a lo que se pone y se ve en escena. El proceso frente al resultado, trabajo riguroso que, tal vez no enganche con un público cada vez más necesitado de emoción y sentimiento intensos que de reflexión de lo anestesiados que están con tanta ficción comercial que se les pasa como buena. Sin embargo, es un espectáculo de fuste que se recuerda y permanece pasado el tiempo. Llama que puede prender la imaginación artística, quizás la razón por lo que el día del estreno atrajo a tantos profesionales, entre ellos, a Bárbara Lennie.
Es esa llama que no prendía en By Heart, el reconocido trabajo de Tiago Rodrigues que ha girado urbi et orbi por Europa después de ser bendecido en Francia, se pudo ver en El Barrio. Y no prendía porque era imposible que la abuela del protagonista de esta obra portuguesa por los cuatro costados como su nieto, solo tenga como referencia obras anglosajonas, escritas en inglés por mucha traducción que se le ponga. Flagrante error en el que su autor y director que parece un buen tipo, un tipo majo, un tipo sincero, ha caído bienintencionadamente. Buscando la mejor literatura de nuestro tiempo que o bien la escribió Shakespeare o bien se escribe en inglés. Porque si la literatura es memoria, una memoria colectiva, como parece contar esta obra, que entra por la boca y que paladea la lengua, el espectáculo debería recurrir, crecer y desarrollarse a partir del idioma más cercano a los afectos, que no es otro que el idioma nativo que cada uno tenemos. En su caso y el caso de su abuela, la protagonista de la historia que nos cuenta, es y solo puede ser el portugués.
Tampoco prende la llama de la imaginación en “Kaspar Hauser,el huérfano de Europa” que La Pharmaco presenta en esa increíble sala que es la Sala Negra de los Teatros del Canal. Se ve el esfuerzo y la técnica de la bailarina y coreógrafa Luz Arcas. De calidad. Se ve la información. De tal manera que sucede como una cita continúa. Pero hay algo que no la deja levantar el vuelo. Algo que la sujeta a plomo a una pauta, a un encorsetamiento. Más evidente en cuanto que el espectáculo se acompaña de música en directo compuesta e interpretada por Carlos González. Él es el verdadero espectáculo porque se ve y se siente que está cómodo en lo que hace, en lo que toca, en lo que produce en directo, llevándose, sin quererlo, no solo los oídos del público, sino también su mirada.
Con estos antecedentes se llegaba a Cine de La Tristura con poca o ninguna expectativa. Craso error, pues aunque no se conociese de nada a esta compañía el simple hecho de que Fernanda Orazi estuviese involucrada en este proyecto debería hacer sospechar que podía tratarse de algo grande. Y así fue. Saltó la liebre en la Sala Verde de los Teatros del Canal con la historia que bucea en el pasado reciente de España, en el que los niños eran arrebatados de sus padres para darles una vida como dios manda. Excusa perfecta para que su personaje protagonista, buscando a sus verdaderos progenitores, se pierda. Igual de perdidos que están su espectadores, niños a los que se les enchufaba cine y palomitas, y a los que se les lleva “por el naso”, como diría Cervantes, con un poco de música y canciones. Aunque, no hay que llevarse a engaño por la anterior descripción, pues en escena solo hay poesía de la buena que se disfruta más porque todos los espectadores son provistos de unos auriculares que permiten disfrutar del espectáculo sin preocuparse por la mala acústica de la sala. Auriculares que permiten el susurro, el cuento, la intimidad y el pensamiento con lo que está pasando en escena.
Aunque La Tristura se lo puso difícil a Darío Facal y a Alberto Conejero, dos de los más activos teatreros de la ciudad de Madrid, ellos salieron con bien de su apuesta por “Amor de Don Perlimplín y Belisa en su jardín” que se pudo ver en el Teatro de la Abadía. Texto de Federico García Lorca poco representado en España que se encargan de poner en contexto. Su acierto, el de no hacer(se) un Lorca. Y, así, las palabras del poeta vuelan de la escena al espectador que recoge el lenguaje sin modismo y sin esa prosodia aflamencada de señorito andaluz que le quita a su lenguaje todo el sentido. El que en este caso consiguen darle los actores con esa forma natural tan antinatural de decir que consiguen cuando dirige Facal, que no es del gusto ni de todos los espectadores ni de todos los profesionales. Y que en este montaje hace brillar a dos actrices. A Olivia Delcán como Belisa. Pero, sobre todo, a Berta Ojea en su pequeño gran papel de Mar Golfa, una criada como motor de una historia de amor. Actriz que sale a saludar con lágrimas en los ojos ante el caluroso aplauso del público el día del estreno. Público entre el que se encontraba los siempre presentes Esperanza Roy y su marido Javier Aguirre Fernández. Espectadores ya clásicos, tanto que cuando faltan se les echa de menos, de un festival que parece seguir buscando y poniéndose retos para colocar al público madrileño, al menos a los conoisseurs y al público profesional, a la vanguardia y en guardia.